martes, 20 de mayo de 2014

PERVERSIÓN DE LAS COSTUMBRES POLÍTICAS


Elecciones 2014 Tarjetón

Imagen pagina web registraduria de Colombia
Desde hace muchos años consideré que el pensamiento político, los programas económicos y el manejo del poder eran aliados naturales; desde entonces estimé que era mi deber como ciudadano aprender sobre estas materias, y en consecuencia podría reflexionar acerca de las disímiles propuestas emanadas desde las diferentes corrientes políticas, además de asimilar fundamentos con los cuales debatir en torno a las planteamientos que priorizaban mis intereses o representaban mis ideales, para de ese modo conciliar las diferencias doctrinales con otros conciudadanos construyendo acuerdos, y a través de ello aplicar soluciones a los problemas comunes que como sociedad civilizada enfrentamos.

Pero esta conceptualización ética e ideológica que había concebido con el paso de los años, cambió ahora al calificarse bajo los efectos del enfrentamiento partidista, que ha reducido el debate a una mera pugna vil en donde únicamente se premia la injuria, la murmuración y el oprobio; dejando de lado las ideas, los conceptos y las propuestas, que son el objetivo de cualquier competencia en la que se lucha por el favor del electorado. El de ahora es el peor de los escenarios en el que una democracia se puede encontrar, debido a que la ausencia de ideas solo causa desaliento, hostilidades y perturba el entendimiento de los ciudadanos; además ese comportamiento bellaco es más propio de las mujeres de un burdel, que el de una élite ilustrada con un alto palmarés educativo.



¿Qué nación pretendemos construir? Cuando nuestras controversias de ideas se limitan a aplicar el discurso infame y el chisme ruin, trasmitido desde las altas esferas del poder a través de los medios informativos, y distribuidos sin miramientos sobre todos los ciudadanos interesados en la participación política.



Esta disputa partidista no posee base doctrinal y va más allá de la degradación del discurso, al anexarle el sentimiento visceral de la venganza en contra de las guerrillas con los efectos que produce. Y es ese asunto por el que se han entrometido la gran mayoría de los impugnadores de las negociaciones con la insurgencia, pues estos colombianos son los directos damnificados, herederos de la violencia que la subversión ha sembrado, ellos son las víctimas económicas y humanas del extenso e envilecido conflicto interno de Colombia, que el actual gobierno no ha sabido interpretar e involucrar para avanzar en las soluciones de la conflagración.

Aun así a las victimas les recuerdo que la represalia disfrazada de justicia no les va a devolver sus heredades totalmente ni a sus seres queridos, impidiendo la posibilidad de cerrar el ciclo de dolor y el duelo producto de ello; alterando los sentidos e impidiendo razonar sobre lo prioritario y sustancial, sumergiéndonos con mayor fuerza en el irrefutable laberinto de la barbarie.

También es innegable que la paz de Santos está llena de interrogantes y construida aun de manera muy endeble; pero ella es mejor que las falaces proposiciones justicieras de un individuo psicótico que en 8 años no eliminó la insurgencia como lo propuso, y que hábilmente nos continua inmiscuyendo en sus odios no superados en contra de la perversa subversión del país.

De toda esta situación confluimos hacia una característica semejante, por la cual gente que se ha considerado educada y culta, se equipara en el mismo nivel de obcecación conceptual con tipos barbaros como los guerrilleros, quienes ostentan una estrechez mental digna de la época de las cavernas; que les permite consentir acciones como el asesinato de los dos policías a garrote en el área de Tumaco.

Concluyendo vemos como las elites apoyan la disputa pútrida en su pugna personalizada, los ciudadanos del medio desaprobamos la agenda política de la paz por desconocimiento, intransigencia o por identificarnos con la represalia justiciera, y entre todos envilecemos y degradamos la convivencia incluyendo la política nacional, encontrándonos en una depravación de costumbres y en una veneración por los anti-valores que devastan toda nuestra sociedad. Para luego dedicarnos a quejarnos, a cuestionar y criticar porqué crece la violencia urbana y como esta no se puede controlar.

Entre todos, elites y los demás, continuaremos edificando esta sociedad en la que vivimos, y es responsabilidad de todos si queremos disminuir la violencia desmedida, esforzándonos a cambiar desde la célula familiar hasta el colectivo total. Entonces ahí si podremos reencaminar hasta las sucias prácticas políticas aplicadas en el país. Este debe ser un esfuerzo sin duda de toda la sociedad colombiana si queremos paz.

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