martes, 27 de mayo de 2014

DEBATE ENTRE FALSEDAD Y CREDIBILIDAD


Elecciones 25 de Mayo
Foto pagina web de la registraduria
La condición que manifiesta el estado de credibilidad o de verisimilitud es un estado que posee un amplio compendio de enfoques desde la literatura hasta los acontecimientos propios de la vida real. En la literatura es el soporte que les da vida a los personajes, pues sin él, ellos no tendrían apoyo y caerían en la desconfianza y la incredulidad de los lectores conllevando al fracaso cualesquier obra literaria. Pero en donde realmente se torna imprescindible es en nuestro mundo real. Quien confiaría su vida a un médico, piloto de aviación o ingeniero civil calculista; que en su palmarés existiera duda o apariencia de inverisimilitud en su experiencia y saber.

Antagónicamente la idea del falseamiento, que se circunscribe a ser la actividad que permite alterar o distorsionar algo para quitarle el carácter de verdadero o de auténtico, manifiestamente está ligada al mundo real puesto que no tiene cabida en las actividades creativas, salvo cuando alguien pretende falsificar un original artístico.


Las dos posturas contrapuestas en su noción básica marcan dos extremos en el comportamiento social del hombre, y ante ello estamos expuestos a resolver entre un lineamiento que defiende la credibilidad de los actos o el otro que transforma estas acciones alterando su contenido, lo que invariablemente provocará distorsiones en nuestra comprensión de la realidad.

Quien hace a partir de la ciencia un profundo análisis sobre el valor de la verosimilitud y de la falsabilidad es el filósofo Karl Poper, quien a través de su raciocinio ontológico promueve la consigna que lo real y comprensible se debe derivar lógicamente de datos y hechos particulares, en consecuencia lo verosímil debe partir de una base comprobable.

Al contrario lo falseable se puede verificar simplemente cuando su base teórica choca con la realidad inmediatamente, comprobándose con la observación empírica o con el uso de contra ejemplos.

Eso me conduce de nuevo a considerar cuan verosímil o falso puede ser un enunciado político; y hablo de una premisa que sustente un concepto ideológico, no de las acaloradas propuestas que se lanzan en medio de una campaña política; como está sucediendo en Colombia actualmente, lo que me obliga a evaluar que conviene más, si continuar en nuestra cincuentenaria guerra o procurar continuar negociando la paz.

Basado en el ejercicio ontológico de Poper, abordo el criterio derechista que propone realizar las conversaciones de paz una vez se definan los castigos penales para los guerrilleros, las pérdidas de los derechos políticos y las compensaciones económicas para las víctimas de la subversión, porque de lo contrario la negociación no tiene validez.

Ante este supuesto categórico de los tutores de la derecha, solo prevalece reflexionar a través del sentido común y de la observación simple, para cuestionar y controvertir la premisa.

Un recurso para auxiliarnos en esta empresa es repasar lo que ha acontecido en Centro América o en el África, ante hechos que se han revestido del mismo nivel de violencia y ferocidad, como la confrontación colombiana; y en donde después de arduas además de dispendiosas negociaciones, han emergido procesos de paz.

En Centro América se definió que los convenios para terminar con los conflictos, ampararían desde la figura de la amnistía a los combatientes irregulares; este instrumento legal estimuló el olvido a la contienda y a las profundas agresiones, sin impulsar propósitos de resarcimientos económicos, penales o al menos morales. Indiscutiblemente fueron leyes de olvido sin perdón.

Esta figura de la amnistía se convirtió en una vejación para los civiles afectados por toda clase de violaciones a los derechos humanos, pues ese olvido se transformó en un silencio cómplice que buscó eliminar futuras repercusiones que no eran manejables para estos estados tan institucionalmente débiles.

De esta experiencia Centro Americana concluyo que para nuestro proceso lo ideal sería la figura del indulto, en donde a los culpables después de juzgarles y condenarlos se les exonera de purgar las penas carcelarias y se les obliga a cumplir con alguna compensación pecuniaria, morales, además de no eliminarles los derechos políticos de por vida. Esta es la discusión legal que en la actualidad se viene debatiendo en la Corte Constitucional en torno al marco jurídico de la paz.

Esto nos dejaría con la posibilidad de satisfacer las exigencias de la derecha, y de la izquierda, además de las reclamaciones de las víctimas quienes son los verdaderos y únicos dolientes.

Obtusamente en el país, se ha establecido una mayoría restringida que estipula la negociación bajo el parámetro de prisión y pérdida indefinida de los derechos políticos para los actores armados irregulares, como la única alternativa para continuar este proceso y llevarlo a una conclusión definitiva. Pero desconocen u olvidan que es imposible derrotarlos militarmente y ello jamás se logrará, por tanto los insurgentes continuaran demostrando su poder militar enfrentando a las fuerzas armadas bajo el malicioso acto de diezmar al ejército y la policía a través de pequeñas operaciones estructuradas por comandos muy pequeños; a parte del ignominioso acto del terrorismo urbano que aún es más fácil de ejecutar.

La conclusión evidente es que la premisa derechista es falseable, pues la condición para realizar una paz duradera está condicionada a que la subversión acepte que está derrotada militarmente, lo que evidentemente se encuentra muy lejos de la realidad y solo necesitamos de la observación empírica para comprobar esta verdad.

Santos es un presidente con un criterio inconsistente y eso ha hecho que el electorado no crea ya en sus anuncios de paz. Si su apuesta es creíble puedo aplicarle la herramienta que confirma la verosimilitud de su propuesta, a través de los hechos comprobados desde que enunció esta acción de paz.

Ciertamente el a través de un esfuerzo de tres años ha mantenido contra viento y área un equipo negociador, que está compuesto por políticos, industriales y militares retirados de primera línea; sin duda este simple hecho manifiesta de por si un intento racional y elaborado de abordar el camino de la paz, además todo este magno esfuerzo menguó su capital político al nivel de lo que vivimos el domingo pasado en el que la ultraderecha gano con comodidad, la primera vuelta presidencial.

Habría sido más fácil y cómodo condenar al fracaso ese proceso y dedicarse a obtener réditos en estos cuatro años siguientes, al igual que hizo su antecesor, olvidando la gobernanza, la ejecución presupuestal diáfana e inclusive hasta los logros militares.

¿Qué es posible que existan otros beneficios misteriosos o extraordinarios por perseverar con el proceso de conciliación con la guerrilla? Sí puede ser, como algunos de mis amigos lo comentan, un nobel de paz, la secretaria general de la ONU. Pero ambos desenlaces no solo dependen de firmar un acuerdo de fin de hostilidades, sino sostenerlo en medio de los años iniciales del post conflicto, cuando aún las heridas sangran, los corazones se encuentran abatidos por la amargura, y solo surge el deseo de represalia entre muchos de los afectados.
  
Solo nos resta comprender y analizar cual postura posee más verosimilitud la de Santos o la de Uribe; y eso es un asunto íntimo y personal que cada quien deberá resolver.

1 comentario:

  1. Voté por Antanas Mockus, pero pronto celebré la independencia de Juan Manuel Santos, y así lo tuitié. Pero, la mermelada santista, aunada a la no traición a los de su clase (http://lasillavacia.com/historia/la-lucha-de-clases-segun-santos-32993), me hace pensar que 4 años es suficiente. Para bien decir, agotó el discurso.

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