Esta frase que representa la campaña de medios más exitosa emprendida por PROEXPORT, para habilitar y mejorar nuestra imagen en el exterior; me permite hoy traer a consideración, uno de los pecados más grandes de nuestra vida nacional.
En menos de siete días, hemos pasado de la celebración jactanciosa por la aniquilación de alias el Mono Jojoy y su guardia pretoriana, con las declaraciones de periodistas, catedráticos , políticos, violentólogos y gente del común que se excedieron en calificativos desorbitados sobre el proceder de las fuerzas militares y el exterminio del poder guerrerista de las Farc; a cambiar desde ayer a otras expresiones y comentarios que se han diferenciado a raíz de la descomunal pena impuesta a la senadora Piedad Córdoba; muchas voces condenando vehementemente la actuación de la congresista liberal y aplaudiendo la sentencia del procurador y otras locuciones delirantes sancionando por desproporcionado el fallo, además de defender totalmente la actuación de la representante de Colombianos por la paz. En una semana más, otro acontecimiento así sea muy banal, volverá a disparar nuestra exagerada pasión como la visita de Joseph Blatter y su influencia sobre el futbol local, de tal manera que todos los sucesos pasados en el completo olvido quedarán, porque nuestra memoria histórica es mínima y bastante superficial.
El punto es que no tenemos retentiva, ni equilibrio para informar, analizar y hasta para conceptuar en los temas transcendentales o intranscendentales de nuestro diario acontecer.
Desde ahí nace la interrogante, si es parte de nuestra esencia o psique colectiva lo que nos hace actuar de este modo. Por mucho tiempo sociólogos y antropólogos han cuestionado nuestra incesante y proclive manera de proceder con violencia; a pesar de tener una historia común con Ecuador, Venezuela y Panamá, nuestros anales muestran a partir de 1850 una gran diferencia con nuestros 3 vecinos inmediatos en el desarrollo del conflicto mismo, somos en esencia muchísimo más violentos que los 3 países fronterizos con los que compartimos la historia. ¿Por qué sucede esto? ¿Qué nos hace actuar así? Algunas voces hablan de la violenta conquista, otros de nuestro inmenso apego a la tierra, pero ambos modelos se presentan en muchos países de nuestra América Latina.
Creo que aun la contestación se debe continuar escudriñando, aunque la respuesta simple es que somos muy beligerantes y fáciles de motivar por la pasión mal llevada que termina en arrebato. Analicen las barras bravas del fútbol, los simpatizantes políticos, los fundamentalistas religiosos como nuestro procurador nacional que impone su visión Lefebrista personal sobre su función pública; y seguramente existen muchos ejemplos más que ahora se me escapan, pero siempre el resultado nos enfrentara a una descarnada realidad en la que pasamos excesivamente rápido del amor al odio; de esta manera por lo tanto “Colombia es pasión”.