sábado, 26 de abril de 2014

HURGANDO EN EL LABERINTO DE LA ENVIDIA




Homenaje a García Márquez en México
Fotografía web presidencia de Colombia
El reciente fallecimiento de Gabriel García Márquez, evidenció desde el interior del espíritu colombiano, varias facetas emocionales entre las que se incluyen los elogios, el dolor e inclusive la censura.


En un episodio prácticamente inédito, descubrí líbelos en los que se calificaba al escritor como terrorista, anti-colombiano, apátrida, peón de la izquierda, ingrato con su pueblo natal e incluso hubo alguien que le deseó el infierno junto a Fidel Castro. Así mismo encontré apologías a su inigualable creatividad, a su talento por haber lanzado el género del realismo mágico, a su aptitud universal para escribir y conquistar lectores en cualquier idioma; e inclusive hallé hasta los agradecimientos que le daba un periodista local, expatriado por culpa de la violencia doméstica, quien le rendía reconocimiento por haberle salvado la vida, por efecto que “Gabo” había creado de su bolsillo una fundación para acoger a los comunicadores amenazados y reubicarlos en el exterior. 


Con toda esta actividad registrada en los medios de comunicación, además de la que se destacó en las redes sociales, pude concluir que en nuestro país hay un mal que nos afecta profundamente, y el cual solo se señala de forma subrepticia en encuentros sociales y reuniones familiares  y es la conducta envidiosa del colombiano en general; hecho que plantearé a través de este escrito.   


La envidia es un concepto que tiene múltiples sentidos tanto desde lo filosófico como lo psicológico, ante ello procuraré reflexionar sobre sus vínculos y afectaciones.


El diccionario RAE la define como la tristeza o el pesar del bien ajeno, y de manera complementaria nos expresa que la envidia es la emulación o imitación de acciones o deseo de algo que no se posee


El filósofo canadiense Charles Taylor, al hablar de la envidia nos comunica que existen evaluaciones fuertes de la razón a las que les introducimos distinciones cualitativas para contener sentimientos, como el rencor o la envidia, de tal manera que calificamos nuestros deseos en categorías entre lo más elevado y lo más bajo. De esta clasificación resulta que los deseos poseen una evaluación débil si nos preocupa el resultado de la acción ejecutada o una evaluación fuerte si nos preocupamos de la cualidad de la motivación para ejecutar la acción.


Taylor concluye que las distinciones cualitativas  que corresponden a la evaluación fuerte están por fuera de teoría moral contemporánea, porque en este caso solo nos preocupan las características de nuestra motivación, más no las consecuencias del acto que dejan de interesar.


¿Puede un envidioso actuar motivado en sus propias limitaciones e impedimentos, sin valorar las consecuencias que sus acciones ocasionen?


Un ejemplo a la mano de esta definición del filósofo canadiense, resulta ser nuestro ex presidente viudo y necesitado del poder, quien obcecadamente ataca al actual inquilino del palacio de Nariño; basándose en sus motivaciones particulares de venganza en contra de la subversión, sin medir los resultados de la imprudente polarización en que ha llevado a la sociedad, que cada día se violenta con mayor ímpetu, alejándonos de cualquier posibilidad de paz, así se firme algún acuerdo en la Habana.


Voltaire desde el siglo XVIII nos entregó una reseña sobre el tema, afirmando con su postura que el envidioso es un miserable sin talento, celoso del mérito de los demás.


El filósofo holandés Baruch de Spinoza, en el siglo XVII dedicó desde las reflexiones éticas sus esfuerzos a conceptuarla. “Si imaginamos que alguien goza de alguna cosa que solo uno puede poseer, nos esforzaremos por conseguir que no posea esa cosa”  Vemos pues, como la naturaleza de los hombres esta ordinariamente dispuesta de tal modo que sienten conmiseración por aquellos a quienes les va mal, y envidian a quienes les va bien; concluye Spinoza en su deliberación sobre este asunto. 


Desde el campo de la psicología la estadounidense Shelley E Taylor, plantea diferentes tipos de envidia; la envidia-objeto y la envidia-estado.


El primer caso se ajusta a situaciones en las que se admira a alguien ante lo cual se denomina envidia ideal. Y en el segundo supuesto se envidia las cosas que la otra persona disfruta; al compararse con el otro individuo, se sienten las privaciones de lo que el otro posee y en este caso se percibe una ventaja comparativa en contra del envidioso, que él procura eliminar.



De otro lado y añadiendo otra significación desde este mismo campo humanista de la psicología; mi compañera del  taller de escritura creativa, la psicóloga psicoanalítica Aleyda Muñoz, me afirma que Sigmud Freud, estableció que desde los celos al campo empecinado de la envidia, no hay mucha diferencia, llegando a generar una persecución destructiva o acciones que arrebaten el objeto motivo de disputa o hasta usando el lenguaje corrosivo como la difamación; que Freud lo denominó “el narcisismo de las pequeñas diferencias” pues este subsiste entre pares como fanáticos de futbol rivales o compañeros universitarios.     



Estas definiciones y reflexiones nos conducen a establecer cuan envidiosos somos; y sin duda reflejan esa mal talante que involucra a muchos en el país, pues procuran hundir a quienes sobresalen.  No existe el espíritu de cuerpo para solidarizarnos y alegrarnos con los triunfos de otros.


Y ejemplos se surten por montones, como el científico Manuel Elkin Patarroyo, la maestra de ballet Gloria Castro, todos los políticos de centro y de la izquierda vituperados por los medios del establecimiento, la cantante barranquillera Shakira a quien critican por cantar en inglés y desarrollar su carrera en estados Unidos y de esta manera la lista crece de manera interminable.


 Con esto concluyo y establezco que con las reacciones a la muerte del nobel colombiano, se abre una puerta para reflexionar sobre el caso, y cuestionar el comportamiento de cada uno frente a este espinoso asunto.

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