viernes, 20 de septiembre de 2013

DESEMEJANZA ENTRE LA MISERIA Y LA OPULENCIA

Presidente Santo entreagando casas gratis en Cartagena
Fotografía web de la presidencia de Colombia
Observaba por estos días en un programa de televisión, cómo un experto automotriz alababa las bondades tecnológicas y el confort del Bugatti Veyron, automóvil que con un precio superior a los dos millones de dólares establece un record en el costo de venta; por esos mismos días y después de múltiples lecturas en torno a la problemática del agro colombiano, retome unos informes del banco mundial y de la dirección nacional de planeación sobre la evolución de la pobreza y la pobreza extrema en el país, encontrándome con la sorpresa que con un ingreso de US 300 mensuales estables, un individuo se cataloga como de clase media, según las variables que analiza el banco mundial, lo que en pesos colombianos significa 585 mil pesos aproximadamente, cifra que en el país no sostiene en condiciones dignas a nadie.

Este análisis no pretende cuestionar la legalidad o el derecho de quien pueda poseer bienes de este nivel o naturaleza, pues quien los disfruta los ha obtenido por medio del esfuerzo o mediante herencias familiares; simplemente quiero recordarles que en medio de las extremas desigualdades que la sociedad humana ha estructurado por siglos, resulta difícil rememorar y entender para quienes viven en la opulencia, que existen millones que sobreviven con menos de los famosos 10 dólares diarios establecidos como línea entre los pobres y la clase media,  y que para ellos están vedados las condiciones mínimas de vida con dignidad.

Las calles de Londres en esta temporada del año se encuentran invadidas por cientos de vehículos como el que reseñé al comienzo del escrito, y son el símbolo del poderío musulmán de oriente medio presente en la capital británica, pero mientras esto ocurre, en el mismo medio oriente refugiados palestinos o de la guerra civil en Siria, se amontonan en carpas en improvisados campamentos en los que pululan las enfermedades, la escasez de comida y la inseguridad; resulta extraño que el Islán no predique un poco de compasión y de humildad de los más beneficiados con los que lo han perdido todo, a pesar de ser sus hermanos de fe.

En Rumania y Bulgaria, en plena Europa y en la actualidad subsisten pueblos de romaníes, sin escuelas, alcantarillados, energía eléctrica o las más mínimas condiciones dignas de vida, todo justificado bajo el prejuicio que los gitanos son vagos, ladrones poco interesados en desarrollar sus precarias condiciones de existencia.

En Latinoamérica desde México hasta la Argentina los cinturones de miseria en diferentes escalas, muestran las diametrales diferencias sociales que comprueban cuan lentos han sido los procesos de dotar a las mayorías de las elementales y dignas condiciones de vida.

Porque no se trata de regalar casitas, como en el programa de Santos en Colombia, o las dadivas que otorga las familias en acción de la pasada administración Uribe; los regalos y subsidios sin planes de mejoramiento educativo y de emprendimiento empresarial, solo convierten en limosneros a los beneficiarios que poco se esfuerzan en mejorar su estatus económico y social, puesto que es más simple mendigar ayudas a un estado paternalista, pero como se ha evidenciado con la actual crisis de Europa, no hay recursos para sostener todos esos programas por tiempo indefinido.

Con certeza las soluciones para disminuir estas brechas son más simples, solo se requiere de verdadera voluntad, porque con el solo hecho de fomentar la educación técnica con calidad y cimentar conductas empresariales, seguramente lograríamos que miles de campesinos y de ciudadanos de las barriadas pobres asumieran actitudes con carácter frente a la vida, para crear sus propias fuentes de ingresos garantizados y acompasados a la competencia y productividad que exige el mundo contemporáneo.  

Así que si el estado indiferente o inoperante no lo asume, podrían muchos de estos acaudalados propietarios apadrinar centros de educación para instruir a sus conciudadanos más desfavorecidos, creando con ello nuevas oportunidades para estos, sembrando una mejor calidad de vida que se revierte en consumo de los bienes y servicios que los prósperos producen y venden.  

No son quimeras o pretensiones desmedidas, si realmente se pusieran en práctica en poco tiempo demostrarían sus beneficios y bondades para todo la sociedad en general, pues con gente menos insatisfecha se reduce la violencia y se aumenta el consumo de bienes y servicios, que redunda en mayores éxitos económicos para sus benefactores.

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