Elecciones 2014 Tarjetón |
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Desde hace muchos años consideré que
el pensamiento político, los programas económicos y el manejo del poder eran
aliados naturales; desde entonces estimé que era mi deber como ciudadano
aprender sobre estas materias, y en consecuencia podría reflexionar acerca de
las disímiles propuestas emanadas desde las diferentes corrientes políticas,
además de asimilar fundamentos con los cuales debatir en torno a las planteamientos
que priorizaban mis intereses o representaban mis ideales, para de ese modo
conciliar las diferencias doctrinales con otros conciudadanos construyendo
acuerdos, y a través de ello aplicar soluciones a los problemas comunes que
como sociedad civilizada enfrentamos.
Pero esta conceptualización ética e
ideológica que había concebido con el paso de los años, cambió ahora al calificarse
bajo los efectos del enfrentamiento partidista, que ha reducido el debate a una
mera pugna vil en donde únicamente se premia la injuria, la murmuración y el
oprobio; dejando de lado las ideas, los conceptos y las propuestas, que son el
objetivo de cualquier competencia en la que se lucha por el favor del
electorado. El de ahora es el peor de los escenarios en el que una democracia
se puede encontrar, debido a que la ausencia de ideas solo causa desaliento,
hostilidades y perturba el entendimiento de los ciudadanos; además ese
comportamiento bellaco es más propio de las mujeres de un burdel, que el de una
élite ilustrada con un alto palmarés educativo.
¿Qué nación pretendemos construir?
Cuando nuestras controversias de ideas se limitan a aplicar el discurso infame
y el chisme ruin, trasmitido desde las altas esferas del poder a través de los
medios informativos, y distribuidos sin miramientos sobre todos los ciudadanos
interesados en la participación política.
Esta disputa partidista no posee base
doctrinal y va más allá de la degradación del discurso, al anexarle el sentimiento
visceral de la venganza en contra de las guerrillas con los efectos que produce.
Y es ese asunto por el que se han entrometido la gran mayoría de los impugnadores
de las negociaciones con la insurgencia, pues estos colombianos son los
directos damnificados, herederos de la violencia que la subversión ha sembrado,
ellos son las víctimas económicas y humanas del extenso e envilecido conflicto
interno de Colombia, que el actual gobierno no ha sabido interpretar e
involucrar para avanzar en las soluciones de la conflagración.
Aun así a las victimas les recuerdo
que la represalia disfrazada de justicia no les va a devolver sus heredades
totalmente ni a sus seres queridos, impidiendo la posibilidad de cerrar el
ciclo de dolor y el duelo producto de ello; alterando los sentidos e impidiendo
razonar sobre lo prioritario y sustancial, sumergiéndonos con mayor fuerza en
el irrefutable laberinto de la barbarie.
También es innegable que la paz de
Santos está llena de interrogantes y construida aun de manera muy endeble; pero
ella es mejor que las falaces proposiciones justicieras de un individuo
psicótico que en 8 años no eliminó la insurgencia como lo propuso, y que
hábilmente nos continua inmiscuyendo en sus odios no superados en contra de la
perversa subversión del país.
De toda esta situación confluimos hacia
una característica semejante, por la cual gente que se ha considerado educada y
culta, se equipara en el mismo nivel de obcecación conceptual con tipos
barbaros como los guerrilleros, quienes ostentan una estrechez mental digna de
la época de las cavernas; que les permite consentir acciones como el asesinato
de los dos policías a garrote en el área de Tumaco.
Concluyendo vemos como las elites
apoyan la disputa pútrida en su pugna personalizada, los ciudadanos del medio
desaprobamos la agenda política de la paz por desconocimiento, intransigencia o
por identificarnos con la represalia justiciera, y entre todos envilecemos y
degradamos la convivencia incluyendo la política nacional, encontrándonos en
una depravación de costumbres y en una veneración por los anti-valores que devastan
toda nuestra sociedad. Para luego dedicarnos a quejarnos, a cuestionar y
criticar porqué crece la violencia urbana y como esta no se puede controlar.
Entre todos, elites y los demás,
continuaremos edificando esta sociedad en la que vivimos, y es responsabilidad
de todos si queremos disminuir la violencia desmedida, esforzándonos a cambiar
desde la célula familiar hasta el colectivo total. Entonces ahí si podremos
reencaminar hasta las sucias prácticas políticas aplicadas en el país. Este
debe ser un esfuerzo sin duda de toda la sociedad colombiana si queremos paz.
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