Elecciones 25 de Mayo |
La condición que manifiesta el estado de credibilidad o de verisimilitud es un estado que posee un amplio compendio de enfoques desde la literatura hasta los acontecimientos propios de la vida real. En la literatura es el soporte que les da vida a los personajes, pues sin él, ellos no tendrían apoyo y caerían en la desconfianza y la incredulidad de los lectores conllevando al fracaso cualesquier obra literaria. Pero en donde realmente se torna imprescindible es en nuestro mundo real. Quien confiaría su vida a un médico, piloto de aviación o ingeniero civil calculista; que en su palmarés existiera duda o apariencia de inverisimilitud en su experiencia y saber.
Antagónicamente la idea del
falseamiento, que se circunscribe a ser la actividad que permite alterar o
distorsionar algo para quitarle el carácter de verdadero o de auténtico, manifiestamente
está ligada al mundo real puesto que no tiene cabida en las actividades
creativas, salvo cuando alguien pretende falsificar un original artístico.
Las dos posturas contrapuestas en su noción
básica marcan dos extremos en el comportamiento social del hombre, y ante ello
estamos expuestos a resolver entre un lineamiento que defiende la credibilidad
de los actos o el otro que transforma estas acciones alterando su contenido, lo
que invariablemente provocará distorsiones en nuestra comprensión de la
realidad.
Quien hace a partir de la ciencia un
profundo análisis sobre el valor de la verosimilitud y de la falsabilidad es el
filósofo Karl Poper, quien a través de su raciocinio ontológico promueve la
consigna que lo real y comprensible se debe derivar lógicamente de datos y
hechos particulares, en consecuencia lo verosímil debe partir de una base
comprobable.
Al contrario lo falseable se puede
verificar simplemente cuando su base teórica choca con la realidad
inmediatamente, comprobándose con la observación empírica o con el uso de
contra ejemplos.
Eso me conduce de nuevo a considerar
cuan verosímil o falso puede ser un enunciado político; y hablo de una premisa
que sustente un concepto ideológico, no de las acaloradas propuestas que se
lanzan en medio de una campaña política; como está sucediendo en Colombia actualmente,
lo que me obliga a evaluar que conviene más, si continuar en nuestra
cincuentenaria guerra o procurar continuar negociando la paz.
Basado en el ejercicio ontológico de
Poper, abordo el criterio derechista que propone realizar las conversaciones de
paz una vez se definan los castigos penales para los guerrilleros, las pérdidas
de los derechos políticos y las compensaciones económicas para las víctimas de
la subversión, porque de lo contrario la negociación no tiene validez.
Ante este supuesto categórico de los tutores
de la derecha, solo prevalece reflexionar a través del sentido común y de la
observación simple, para cuestionar y controvertir la premisa.
Un recurso para auxiliarnos en esta
empresa es repasar lo que ha acontecido en Centro América o en el África, ante
hechos que se han revestido del mismo nivel de violencia y ferocidad, como la confrontación
colombiana; y en donde después de arduas además de dispendiosas negociaciones,
han emergido procesos de paz.
En Centro América se definió que los
convenios para terminar con los conflictos, ampararían desde la figura de la amnistía
a los combatientes irregulares; este instrumento legal estimuló el olvido a la contienda
y a las profundas agresiones, sin impulsar propósitos de resarcimientos
económicos, penales o al menos morales. Indiscutiblemente fueron leyes de
olvido sin perdón.
Esta figura de la amnistía se
convirtió en una vejación para los civiles afectados por toda clase de violaciones
a los derechos humanos, pues ese olvido se transformó en un silencio cómplice
que buscó eliminar futuras repercusiones que no eran manejables para estos
estados tan institucionalmente débiles.
De esta experiencia Centro Americana
concluyo que para nuestro proceso lo ideal sería la figura del indulto, en donde
a los culpables después de juzgarles y condenarlos se les exonera de purgar las
penas carcelarias y se les obliga a cumplir con alguna compensación pecuniaria, morales,
además de no eliminarles los derechos políticos de por vida. Esta es la
discusión legal que en la actualidad se viene debatiendo en la Corte
Constitucional en torno al marco jurídico de la paz.
Esto nos dejaría con la posibilidad de
satisfacer las exigencias de la derecha, y de la izquierda, además de las reclamaciones
de las víctimas quienes son los verdaderos y únicos dolientes.
Obtusamente en el país, se ha establecido
una mayoría restringida que estipula la negociación bajo el parámetro de
prisión y pérdida indefinida de los derechos políticos para los actores armados
irregulares, como la única alternativa para continuar este proceso y llevarlo a
una conclusión definitiva. Pero desconocen u olvidan que es imposible
derrotarlos militarmente y ello jamás se logrará, por tanto los insurgentes continuaran
demostrando su poder militar enfrentando a las fuerzas armadas bajo el malicioso
acto de diezmar al ejército y la policía a través de pequeñas operaciones
estructuradas por comandos muy pequeños; a parte del ignominioso acto del
terrorismo urbano que aún es más fácil de ejecutar.
La conclusión evidente es que la
premisa derechista es falseable, pues la condición para realizar una paz
duradera está condicionada a que la subversión acepte que está derrotada
militarmente, lo que evidentemente se encuentra muy lejos de la realidad y solo
necesitamos de la observación empírica para comprobar esta verdad.
Santos es un presidente con un
criterio inconsistente y eso ha hecho que el electorado no crea ya en sus
anuncios de paz. Si su apuesta es creíble puedo aplicarle la herramienta que confirma
la verosimilitud de su propuesta, a través de los hechos comprobados desde que
enunció esta acción de paz.
Ciertamente el a través de un esfuerzo
de tres años ha mantenido contra viento y área un equipo negociador, que está
compuesto por políticos, industriales y militares retirados de primera línea;
sin duda este simple hecho manifiesta de por si un intento racional y elaborado
de abordar el camino de la paz, además todo este magno esfuerzo menguó su
capital político al nivel de lo que vivimos el domingo pasado en el que la
ultraderecha gano con comodidad, la primera vuelta presidencial.
Habría sido más fácil y cómodo condenar
al fracaso ese proceso y dedicarse a obtener réditos en estos cuatro años
siguientes, al igual que hizo su antecesor, olvidando la gobernanza, la ejecución
presupuestal diáfana e inclusive hasta los logros militares.
¿Qué es posible que existan otros
beneficios misteriosos o extraordinarios por perseverar con el proceso de conciliación
con la guerrilla? Sí puede ser, como algunos de mis amigos lo comentan, un
nobel de paz, la secretaria general de la ONU. Pero ambos desenlaces no solo
dependen de firmar un acuerdo de fin de hostilidades, sino sostenerlo en medio
de los años iniciales del post conflicto, cuando aún las heridas sangran, los
corazones se encuentran abatidos por la amargura, y solo surge el deseo de
represalia entre muchos de los afectados.
Solo nos resta comprender y analizar
cual postura posee más verosimilitud la de Santos o la de Uribe; y eso es un
asunto íntimo y personal que cada quien deberá resolver.
Voté por Antanas Mockus, pero pronto celebré la independencia de Juan Manuel Santos, y así lo tuitié. Pero, la mermelada santista, aunada a la no traición a los de su clase (http://lasillavacia.com/historia/la-lucha-de-clases-segun-santos-32993), me hace pensar que 4 años es suficiente. Para bien decir, agotó el discurso.
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