Bashar al-Assad en la mezquita bondad Rehab de Damasco |
Foto sitio web teleision estatl de Syria
El ébola, se cierne como la nueve
peste negra, que amenaza con ocasionar una pandemia global con sus
consecuencias impredecibles, sobre el bienestar y continuidad del ser humano en
el planeta. Y las noticias que nos llegan por los medios noticiosos desde el
África no sugieren muchas esperanzas sobre el control de su expansión
amenazante.
Todo esto solo nos recuerda cuan
frágiles somos como especie, y cuan grave sería la propagación descontrolada de
un virus mortal como este.
Mas sin embargo existen otras
epidemias letales, las cuales se resisten a desaparecer, abrumándonos con su
inquietante existir.
Hace algunos años como parte de la
estrategia de política exterior, el gobierno de Arabia Saudita con el apoyo
tácito del departamento de estado norteamericano, comenzaron a apoyar a unos
grupos musulmanes extremistas, como punta de lanza de una estrategia para
derrocar a Bashar Al-Saad presidente de Siria. Este plan estaba apoyado
económicamente desde la tesorería del reino Saudí y la logística a cargo de los
grupos de inteligencia británicos y norteamericanos.
Pero como en muchas ocasiones ha acontecido,
el pequeño engendro mutó y ahora envalentonado se emancipó de los tutores y se
animó a fundar un estado islámico o Califato. Este paraíso de la intolerancia y
la crueldad se autodenominó Estado Islámico EL y ocupa territorios de Irak
además de Siria.
Su líder Abu Bakr Al-Baghadadi es un
hombre ambicioso y atroz que desea construir su reino desde el Líbano, incluir
a Jordania, Siria, Irak hasta llegar Riad capital de Arabia saudita, país de
sus antiguos benefactores. Si miran en un mapa es bastante territorio el que el
autodenominado Califa desea anexar bajo su batuta. Este inhumano individuo
creció politicamente hasta convertirse en el actual engendro, por consecuencia de la soberbia
occidental que sigue convencida que puede controlar a estos personajes
radicales y la estupidez de unos líderes musulmanes que han querido eliminar a
los chiitas o debilitarlos usando la oscura violencia de los fundamentalistas
sunitas.
En circunstancias parecidas se desarrolla
otra guerra silenciosa que ya tiene a su haber varios cientos de muertos entre
conciudadanos de una misma nación. Y este conflicto que se desarrolla en
Ucrania desde hace un par de meses. Solo llego a ser visualizado ahora como
consecuencia del derribo del avión Malasio, por parte de los insurgentes pro
rusos. Estos enfrentamientos han supuesto los bombardeos implacables sobre
enclaves civiles, provocando la destrucción de aldeas y la pérdida de muchas
vidas civiles.
Perversamente estas víctimas de un
conflicto de baja intensidad, no son objeto de conmiseración alguna por las
agencias de las Naciones Unidas, la Comunidad Europea o cualquiera de las organizaciones
no gubernamentales que dicen proteger los derechos humanos básicos. Son
ciudadanos invisibles dentro de un inhumano mundo que parece no sentir compasión
por el dolor de sus semejantes. Hay alguna información sobre este desastre en
algunos periódicos alemanes o en los diarios rusos.
Hay otro escenario que si ha tenido al
menos cobertura mediática y es la guerra en Gaza. Aquí uno de los mejores
ejecitos del planeta dotado con tecnología de punta para matar, aplasta a un
grupo insurgente dotado de perseverancia, basada en su fundamentalismo
religioso y en un pobre armamento que no representa el menor desafío para
Israel. El triunfo simbólico de Hamas, es haber logrado atraer la notoriedad de
todo occidente. Para con ello exigir el final de ese perverso embargo decretado
por el estado hebreo, usurpador de territorios, quien no se ha valido de
razones para esta actuación, sino de su superioridad militar y económica.
Finalmente en nuestra alta Guajira colombiana,
al menos cuatro millares de chicos muren por la desnutrición y el abandono
estatal. Y ese es un departamento que recibe cuantiosos recursos de su riqueza
minera por cuenta de las regalías por explotación. Pero la corrupción y la
ambición desmedida de sus líderes han podido más que el resolver las
necesidades básicas de sus habitantes.
Cuando comparo los peligros que
entraña el avance de la epidemia del Ébola para la humanidad, con la
agresividad del hombre en contra de sus semejantes; reafirmo que somos nosotros
mismos el peor depredador y la mayor amenaza, para nuestra continuidad como
especie en el planeta. Resulta inverosímil que somos una mayor amenaza que
cualquier desastre o epidemia natural.
Ante ello solo resta comentar que me
produce una inmensa zozobra nuestro actuar irracional, que nos convierte en la
peor epidemia para la civilización.
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