Un hecho que ha puesto de manifiesto la necesidad de
perseverar en la separación de poderes y en la independencia entre el estado y
las religiones, es sin duda la lucha jurídica establecida entre el procurador y
los tribunales por el caso de la destitución e inhabilidad aplicados al alcalde
mayor de Bogotá.
Desde los albores del catolicismo en el 325 de nuestra era,
en Nicea ciudad de Asia, ubicada hoy en día en Turquía, en la que el emperador
Constantino en unión a 290 líderes de la naciente iglesia Cristiana, convocó al
primer sínodo para obtener la consolidación de esta estructura bajo un solo
credo y una sola liturgia, se comprobó lo nefasto que resultaba para ambas
instituciones humanas tal alianza.
El hábil Constantino político y militar brillante, necesitaba
de un soporte profundo, cargado de simbolismos y de un apasionamiento que justificaba
en sus prosélitos la entrega y el sacrificio hasta la muerte; encontrándolo en
los seguidores de Cristo, esto permitiría al Cesar contar con una herramienta
doctrinal que ayudaría en el establecimiento de la paz y de la unión del
imperio a cambio de consentir y monopolizar la instrucción de esta fe en todo
el territorio imperial, aun a sangre y fuego como aconteció en muchas oportunidades.
A partir de allí nació esta perversa alianza entre religión y
política.
¿Por qué perversa?
Establezcamos primero como
se define la política. En sus conceptos
más virtuosos se define, como el logro de establecer acuerdos y reglas en forma
ideológica entre una sociedad humana, para encontrar soluciones a sus problemas
comunes; hoy en día el diccionario RAE no lo define como arte, doctrina u
opinión referente al gobierno de los estados; adicionalmente debemos ampliar el
concepto de política con la idea que expresa la legitimación de la dominación
de unos por otros, a partir de establecer una organización social jerarquizada
sin importar el grado de desarrollo de la misma.
Entre tanto la
religión es el cúmulo de dogmas acerca de una divinidad, adicionadas con un
conjunto de preceptos morales para condicionar la conducta individual y social.
Al mezclar la solución de problemas comunes supeditados a una
jerarquización social con las restricciones de comportamiento bajo el concepto
moral subordinado a doctrinas y dogmas atribuidos a la divinidad, resulta que
se transmite la sensación que el poder político y social jerarquizado, están
sujetos también al dogma religioso y por tanto la autoridad suprema o el líder están necesariamente
ungidos por la divinidad, convirtiendo los problemas y soluciones humanas en vástagos
también de la religión mas no de las soluciones ideológicas comunes y de
consenso.
Este concepto de líderes entronizados por Dios ha sido muy
bien explotado por monarquías déspotas y gobiernos dictatoriales durante los últimos 15
siglos al menos, justificando con ello los excesos cometidos. En Colombia esta penetración tuvo su mayor ímpetu después de la fracasada constitución de 1862 que separo estado y religión, lo que convirtió los púlpitos en tribunas políticas en contra de los ciudadanos que apoyaron estas reformas, recurriendo a extremos como la calumnia a través de libelos incendiarios nacidos en sacristías, como lo refrenda el historiador Juan Carlos Acebedo Restrepo en su libro "El Apetito de la Injuria" que registra esta parte de la historia en el gran Tolima.
El Islán desde su creación fue concebido como una religión
que involucraba la dirección política de sus prosélitos con los dogmas, razón por
el que experimentos como la refundación de la república Islámica de Irán son la
mayor fuente de comprobación de hasta donde esta mezcla de autoridad política y
religiosa que ejercen sus imanes resulta práctica, equilibrada y desinteresada
para con sus gobernados o por el contrario es la discreta figura que disfraza
un autoritarismo basado en la ley divina, mezclado con las ideas e
interpretaciones que de ella visualice el líder supremo.
Una característica común entre musulmanes y sectas cristianas
o algunas facciones católicas conservadoras, que apoyan o promueven partidos
políticos que basan su ideología en el seguimiento estricto de la ley divina,
es el extremismo y el fundamentalismo de sus aplicaciones en los asuntos
prácticos de la vida diaria, estos conceptos literales todos extraídos del
Antiguo Testamento son la justificación de sus rígidas posturas en la aplicación
de la ley o en la definición de políticas públicas.
Por ello el caso de la dirección religiosa que le imprime
Ordoñez a la procuraduría de Colombia o el escándalo que envuelve al partido
MIRA y la iglesia cristiana que maneja entre bambalinas a esta agrupación política,
son claros ejemplos de este inconveniente vínculo entre asuntos terrenales y
divinos; porque resulta incomprensible que se destituya e inhabilite a un
funcionario con argumentos que camuflan el interés en exterminar políticamente
a este ciudadano y a todos aquellos que se oponen a su mística manera de
concebir al mundo y su realidad, o resulta absurdo que se discrimine a
conciudadanos por su preferencias sexuales o sus incapacidades físicas como lo
hace la iglesia y el partido político de la pastora Piraquive.
Proclamo que de todos los fanáticos políticos y religiosos líbranos
Señor; exclamación que realizo desde mi raciocinio, puesto que los problemas que
enfrentamos 7000 mil millones de habitantes del mundo, están a años luz de los
que afectaban a una pequeña comunidad de expatriados judíos en el éxodo hace ya
al menos 3460 años, por lo que deduzco que es inhumano e insólito gestar políticas
públicas y juzgarlas basándonos en esos conceptos que eran válidos y prácticos
para la reducida sociedad de esa época, pero ahora invalidados parcialmente o
por completo, ante los monumentales problemas que enfrentamos en la actualidad.
lo más triste es que desde que se consagró a Colombia como un País Laico y la Libertad de Cultos en la constitución de 1991, han emergido muchas religiones que dicen adorar a Dios, pero adoran el dinero y el poder. Sumando el hecho de que la Iglesia Católica ha tenido unos discípulos en los grupos al margen de la ley haciendo de las suyas.
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