Barras de fútbol en compromiso de Paz |
En este espiral de violencia e inhumanidad en el que persistimos en el país y en muchas regiones del mundo, es necesario cuestionar que está pasando con nuestra sociabilidad o forma natural de vivir en sociedad, y a donde han ido a parar la tolerancia, los modales, el civismo, y en general nuestra concepción integral de los valores humanos.
Nos encontramos en un momento tecnológico excepcional, pero
nuestro desarrollo sociológico parece en una involución.
Hemos aprendido certeramente a eliminarnos con la mayor
precisión y crueldad.
En Colombia la violencia entre aficionados al fútbol cobra
semana tras semana más víctimas mortales, sin que autoridades deportivas,
policivas o administrativas hallen la forma expedita para controlar el flagelo,
de tal manera que se ha sugerido como una solución la suspensión del campeonato,
demostrando la incompetencia de discernir propuestas coherentes o al menos
encontrar las causas que originan el problema de delincuencia en este popular
deporte para tomar los correctivos necesarios.
La pérdida de valores en el seno de la familia promedio, el
abandono de la educación cívica y de la urbanidad en los colegios, la poca penetración
en la estructura de construcción moral del individuo por los credos religiosos,
y el altar construido a los anti-valores por todo el tejido social, son la
simiente de este comportamiento demencial en el que el amor a un escudo futbolístico
significa alimentar pasiones hasta la muerte.
Los escalofriantes detalles que ha entregado la prensa
británica sobre lo sucedido en Kenia, pone de manifiesto las acciones salvajes
que los extremistas musulmanes perpetraron en contra de indefensos ciudadanos
por el simple hecho de ser cristianos, (castración y cercenamiento de dedos
estando sus víctimas vivas y conscientes) acontecimientos que no tienen parangón
más que en las atrocidades que los nazis efectuaron en los campos de concentración
en la segunda guerra mundial.
En siria las fuerzas que luchan contra Bashar al-Asas han
desplegado carnicerías semejantes a la observada en Nairobi de las que han sido
víctimas hasta sacerdotes franciscanos.
¿Sera que musulmán Yihadista es el sinónimo de sádico y
sanguinario?
Y como puede ser posible que se desoriente a este nivel la fe
religiosa de las personas para que estén dispuestas a cometer estas brutales ejecuciones.
Pero de igual forma en Rusia se persigue y atenta contra
miembros de minorías sexuales; en la frontera entre México Estados Unidos se
aplican crueles persecuciones contra los inmigrantes indocumentados; en México
los carteles de la droga realizan despiadados actos en contra de cualquiera que
sindiquen como enemigo, inclusive periodistas, blogueros o simples usuarios de
redes sociales que expresan su rechazo.
La sociedad humana transita un camino de total intolerancia,
cargada de oscuros prejuicios y confundida por falsos dogmas religiosos, de los
que profetas embusteros se valen para obtener beneficios propios, olvidando
cínicamente los pilares fundamentales bajo los cuales las religiones procuran
establecer y consolidar la convivencia humana y alejarnos de la aniquilación total.
Por ello se hace necesario que pastores, sacerdotes, rabinos
e imanes evalúen si sus prédicas alejan a sus rebaños de la senda de la comprensión
y el amor al prójimo, y actuar en consecuencia para corregir semejante error.
En Colombia tenemos que revitalizar a la familia como núcleo
fundamental de la sociedad, en un trabajo que vincula labor pastoral y esfuerzo
estatal, procurando que valores como la urbanidad, el civismo, la tolerancia y
el respeto primen sobre los anti-valores.
Finalmente cada uno de nosotros debe asumir su parte en la
ardua tarea para recuperar estos conceptos, porque es una obligación de todos como integrantes de la sociedad.
O entre todos cooperamos a derrotar a los intolerantes y
las prácticas inhumanas o contribuiremos para encontrar nuevas viudas, huérfanos
y personas con impulsos de venganza, lo que finalmente se traducirá en fresca
violencia.
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